Valparaíso no es sólo la ciudad donde nací, también es en la que viví mi niñez. Cierto que a los 9 años mis padres se mudaron a la cercana Viña del Mar, pero nunca lo dejé. Creo que viajaba todos los fines de semana a Valparaíso.
Recorrer sus calles, dejarme empujar por el viento eterno de Playa Ancha, subir por sus estrechas escaleras e intrincados caminos, deambular por los atajos que me hacían llegar más rápido a mis destinos, encumbrar volantines hacia el Pacífico, contemplar las puestas de sol, escuchar los pregones del mote mei, comprar turrón, poder jugar sólo a la pelota con la fuerza de gravedad como compañera, tirarme en carretón o en triciclo, recordar a mis antepasados, celebrar los nuevos años, gritar goooool o llorar junto a mi ahijado cuando tu equipo pierde la categoría, independizarte de una vez por todas, enamorarte por vez tercera, cantar enseñanzas imborrables de mi tata, renovarme cada mañana con un paisaje de barcos distinto, disfrutar de su irrepetible bohemia, soñar con el horizonte y perderme en sus recovecos fotografiando en cada esquina las imágenes insuperables que sólo sus ángulos ofrecen. Todo esto es Valparaíso para mí. Valparaíso, mi amor.
Claro que voy a regresar. De hecho, mi sueño es tener una casa en Valparaíso y volver a vivir allí. Si andas cerca de mi puerto, salúdalo de mi parte y dile que lo extraño.
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